Puede que este artículo suene raro para aquellas personas que opinan positivamente con respecto a los pagos móviles por su facilidad de uso pero estoy interesado en exponeros otro punto de vista en el que muchos no habíais reparado, o quizás si, y es, en definitiva, que los pagos móviles son un caramelo envenenado para todos, y me explico.
Pienso que estamos viviendo en un mundo en el que los Gobiernos de los países, de cualquier ideología, al unísono sin excepción, pretenden controlar todo lo que acontece dentro de sus fronteras y no hay mayor poder que llegar incluso a controlar todas las transacciones que se produzcan ya sea entre empresas como empresas con particulares o entre éstos mismos particulares por razones, algunas de ellas obvias, para gravarlas a base de impuestos varios, y otras, quizás, no tanto, cuestión ésta última que ahora no son relevantes para este artículo.
En este escenario entra en escena la posibilidad de pagar a través del móvil, e incluso un reloj, con la facilidad que de ello se deriva cuyo denominador común de todos los sistemas, se llame Apple Pay o Samsung Pay o cualesquiera otros, es que necesitamos una tarjeta de crédito y en correspondencia, una cuenta bancaria asociada a ella, lo cual supone que cualquier pago efectuado queda registrado; ¿recordáis la palabra «control»?.
Hace ya mucho tiempo que todo a nuestro alrededor nos incita a utilizar los bancos casi como obligación. Ejemplos tan evidentes como el pago de servicios (electricidad, teléfono, agua, gas) o el ingreso de nuestra nómina dan buena cuenta de ello.
No os engañéis si os digo que los Gobiernos desean, más pronto que tarde, desterrar para siempre el dinero en efectivo para que así aflore sin excepción el capital que subyace de la economía sumergida. Con ello se conseguiría, en primer lugar, que el dinero que tuviéramos debajo de un colchón (y no significa necesariamente que sean billetes obscuros por su procedencia) vaya directamente, sí o sí, a nuestro querido banco que tanto nos apoya y nos quiere (cláusulas suelo aparte), sino que también cualquier operación sea controlada en origen consiguiendo así que el IVA, hablamos de España pero aplicable a cualquier país del mundo (impuesto que grava las compras de manera directa) no pueda ser defraudado, cosa que ab initio es buena para todos, o eso dicen.
Y llegados a este punto, el pago móvil no es más que un caramelo envenenado (no es el primero pero quizás sea el definitivo) que nos ofrecen para que nos acostumbremos a pagar con esa facilidad y eficacia con el objetivo de que la transición imparable a la eliminación definitiva del efectivo no sea tan traumática. Cuando todos demandemos esta tecnología sin igual, circunstancia que ya está ocurriendo en la actualidad, ya no habrá marcha atrás; el banco y los estados sabrán, incluso antes que nuestras esposas o parejas, cuanto nos gastamos en pan y licores o si nuestro mayor vicio es jugar al bono-loto o cualquier otro inconfesable (si subastaran estos datos tan valiosos al mejor postor, concretamente a las empresas interesadas en vendernos productos, ganarían mucha pasta, quizás ya lo hagan y no lo sepamos, o quizá no, quién sabe).
Espero que este artículo no suene a teoría conspiratoria ni nada por el estilo, son simples reflexiones que a veces surgen y que, en esta ocasión, he decidido hacerlas públicas y, ya por último, querría confesar como anécdota lo fácil que me fue pagar por Apple Pay el viernes pasado en el Mercadona.