El otro día en una conversación sobre tecnología surgió un tema intrigante que me hizo pensar. La animada charla que se alargó hasta altas horas de la noche versaba, entre otras muchas cuestiones que ahora no vienen al caso, en que mi amigo, que portaba entre sus manos un iPhone 4s, había decidido comprar el flamante iPhone 6 con su pantalla de 4´7 pulgadas; de sus palabras se soslayaba la idea de que más que querer ese dispositivo, lo necesitaba fervientemente y con pasión ribereña.

Todo ello me hizo reflexionar y profundizar en esas “necesidades falsas” que las empresas con sus atrayentes spots publicitarios y, cómo no, ciertos influencers que hacen honor a su apodo, nos inducen a consumir como si no hubiese un mañana; más que la época de la información podríamos denominar a ésta en que vivimos, sin temor a equivocarnos, la de aprovisionarnos de todo lo que huela a nuevo, a lo mejor, de lo contrario no seremos nadie.

Este tipo de razonamientos son, a partes iguales, extremadamente peligrosos para los incautos usuarios y sus bolsillos vacíos, y la mejor de las noticias para la economía de un país y de las compañías que ponen a nuestra disposición sus productos. Nos venden, y nosotros nos dejamos engañar, que la regeneración del televisor del salón, del smartphone o de la tableta u ordenador personal, es cool, es estar en la onda, es ser el “puto amo”. A este respecto me viene a la mente cierta cita que nombraba el ya desaparecido Steve Jobs y era que si no se tenía había de crear en la gente la necesidad; ya lo hizo con el iPad del que muy pocos creían que tendría éxito y ahí están los millones y millones de dispositivos que se vendieron desde que fue presentado aún no siendo necesaria e imprescindible en las casas, pero qué experiencia tan maravillosa es ver páginas webs o leer emails en una pantalla tan portable.

Soy de la opinión que desear siempre lo último que sale al mercado nos hace a todos esclavos del consumismo; el deseo es la morfina para no permitirnos disfrutar en profundidad de esos aparatos que, aunque tengan varios años de vida, siguen funcionando a la perfección: ¿qué hay de malo en que se abra una aplicación un cuarto de segundo más tarde si, en esencia, podemos hacer las mismas cosas que antes?.

En cuanto a nuevas aplicaciones, de las que todos los blogs de tecnología hablan, ocurre otro tanto de lo mismo; ¿a cuantos de los aquí presentes no le ha pasado que han comprado un programa por la sencilla razón de que todo el mundo habla maravillas de ellos y los han abierto una o ninguna vez?: ejemplos valen cualquiera pero hablaré de uno en particular, Workflow. Es de esas aplicaciones que, salvo qué seas un geek empedernido, la abres la primera vez para hacer el gift de rigor (los que la tienen saben de lo que hablo) y la dejas en la última de las pantallas del escritorio a la espera de tener más tiempo que dedicarle, tiempo que finalmente nunca posees.

Probablemente, y no soy especialista en la materia, de todos estos comportamientos en apariencia erráticos subyace quizás problemas añadidos de adicciones aún no estudiadas convenientemente que nos hacen ser más infelices en nuestras vidas. La tecnología es maravillosa pero en su justa medida: aprovechémosla, exprimamos al máximo lo que nos ofrece y antes de desear lo que aún no hemos conseguido, disfrutemos de lo que sí tenemos; parafraseando a un podcaster español conocido, emilcar, comprometámonos con lo que tenemos, nos irá mucho mejor, sobre todo a nuestra cuenta bancaria.

Dando ejemplo de estas palabras y como corresponde, en la actualidad estoy disfrutando de mi Nokia Lumia 930 como mi teléfono principal, dejando de momento en el cajón de los recuerdos el iPhone 5s dorado de 32 gigas que antaño y no hace mucho fuera mi ojito derecho. Esto será así hasta octubre de 2015 que presenten los de la manzana mordida su/mi iPhone 6s.